Dariel Giraldo salió de Cimitarra buscando un mejor salario y murió en un ataque con drones en Ucrania; su familia enfrenta ahora el duelo sin cuerpo y sin fecha de despedida
Dariel Alonso Giraldo Morales, de 39 años y oriundo de Cimitarra, Santander, creció con una idea fija: volver a vestir el uniforme militar y garantizar un mejor futuro para su mamá, su hermana y sus dos hijos. Durante años trabajó como guarda, supervisor y escolta en empresas de vigilancia en Bucaramanga, pero los ingresos no le alcanzaban para cumplir el sueño de tener casa propia y estabilizar a su familia. Esa insatisfacción, combinada con su vocación castrense, lo llevó a tomar una decisión tan arriesgada como definitiva: enlistarse como combatiente en la guerra de Ucrania contra Rusia.
En junio pasado, tras reunir el dinero para el pasaporte y los tiquetes, Dariel viajó a Europa. En Ucrania se vinculó a una unidad militar con la promesa de un salario cercano a 19 millones de pesos mensuales, una cifra impensable en los empleos de seguridad privada que desempeñaba en Santander. Para su familia, el viaje mezcló la esperanza de mejorar las condiciones económicas con el miedo real a que la guerra cobrará un precio irreparable. Aun así, todos terminaron apoyando la decisión del ex soldado, convencidos de que estaba haciendo lo que más le gustaba.
Desde Bucaramanga y Cimitarra, los seres queridos siguieron el día a día del combatiente a través de videollamadas y mensajes. Su hermana Yamile Andrea recuerda que él hablaba con orgullo de las largas jornadas de entrenamiento, del clima extremo y de los compañeros de distintas nacionalidades que conoció en el frente. Cuando no estaba en misión, se conectaba para saludar a sus hijos y preguntar por los problemas cotidianos del hogar. Solo en los días de operaciones especiales el silencio se extendía, una señal de que estaba desplegado cerca de la línea de fuego.
Con el paso de las semanas, Dariel también sintió el peso real de la guerra. Según relató su familia, en algún momento pidió la baja al considerar que la situación era demasiado crítica y peligrosa. Sin embargo, sus superiores se la negaron, al valorar su desempeño como soldado profesional y trasladarlo a una zona considerada “más calmada”. Allí continuó cumpliendo misiones, tratando de mantener la moral alta y de no preocupar a su familia con detalles del frente, aunque en sus conversaciones se colaban cada vez más referencias al riesgo permanente.
El 19 de noviembre, la llamada que llegó desde Ucrania no fue para anunciar un nuevo descanso, sino la peor noticia. Un militar informó a la familia que Dariel había muerto tres días antes, el 16 de noviembre, en medio de un ataque con drones rusos mientras se encontraba en unas trincheras junto a otros compañeros. Según el reporte, dos combatientes murieron y uno resultó herido; fue este sobreviviente quien relató la secuencia del bombardeo y confirmó la identidad del santandereano.
El golpe más duro para los Giraldo Morales llegó con la explicación sobre el cuerpo. La zona donde ocurrió el ataque quedó bajo control de las fuerzas rusas, lo que dificulta cualquier operación de recuperación de cadáveres. A la hermana de Dariel le dijeron, literalmente, que sería “un suicidio” enviar a alguien a recoger los restos, por lo que, de momento, no hay posibilidad de repatriación. La familia tendrá que hacer el duelo en Santander sin ataúd, sin velorio tradicional y con la única certeza de que su ser querido quedó enterrado en un frente lejano que nunca conocerán.
Desde Cimitarra, los allegados piden no juzgar a quienes viajan a Ucrania empujados por la falta de oportunidades laborales y la promesa de mejores salarios. Para ellos, Dariel no fue un mercenario, sino un trabajador que buscó, a través de la guerra, una salida económica que el mercado local no le ofrecía. Su historia se suma a la de otros santandereanos que han muerto en el conflicto europeo y vuelve a poner sobre la mesa una discusión incómoda: por qué, décadas después del conflicto armado en Colombia, tantos ex militares encuentran en otros campos de batalla la única forma de capitalizar su experiencia.
El caso de Dariel Giraldo, el santandereano que murió en Ucrania y cuyo cuerpo no podrá ser repatriado por estar en una zona dominada por Rusia, reabre el debate sobre los colombianos que se enlistan en guerras extranjeras en busca de mejores ingresos. Desde Cimitarra y Bucaramanga, su familia insiste en que detrás de cada combatiente hay una historia de necesidad económica, vocación militar y sueños truncados. Mientras se confirma que ya son cuatro santandereanos muertos en ese frente, la comunidad se pregunta qué mecanismos de acompañamiento y protección existen para quienes deciden partir y qué responsabilidades tiene el Estado colombiano frente a sus ciudadanos que hoy arriesgan la vida en la guerra de Ucrania.




