A las 6:58 a. m. comenzaron las vibraciones. Al desbloquear, vio una cola de avisos pidiendo confirmar pagos desde Nequi. “Si no acepta, la transacción fallará”, leía entre líneas. El pulgar titubeó sobre el botón.
Contó más de 20 notificaciones en menos de cinco minutos. “Respire”, se dijo, y abrió la app por su cuenta. No había pagos pendientes ni movimientos extraños. Cambió la clave y usó el centro de ayuda para reportar. La tensión bajó.
El guion de los estafadores es conocido: saturar para que el error sea probable. Si no funciona, llega la llamada de “soporte” que pide códigos “para bloquear el fraude”. Colgó sin dar datos. Esa decisión cerró la puerta.
La historia refleja un patrón que se repite. La técnica no vulnera el sistema; busca el clic impulsivo. La defensa está en los hábitos: no autorizar lo que no se inició, verificar, cambiar clave y reportar.
En paralelo, comercios reciben comprobantes dudosos. La validación del abono dentro de la cuenta es la única prueba. Lo demás, incluidas capturas, es accesorio.
Expertos sugieren activar biometría y revisar dispositivos vinculados. No es paranoia: es higiene digital básica. Mantener el sistema operativo actualizado reduce riesgos.
Autoridades financieras refuerzan los mensajes de autocuidado. La difusión de estos relatos crea “anticuerpos sociales”: más gente entrenada en decir “no” y tomarse un minuto.
La plataforma insiste en canales oficiales y en no compartir contraseñas. Las mejoras en mensajes de confirmación y detección de anomalías complementan la conducta del usuario.
Con el reporte, el caso alimenta patrones de riesgo. Cada notificación que no se acepta es una derrota para el fraude. La comunidad digital aprende a la par.
El cierre es una moraleja simple: la prisa es el mejor aliado del delincuente. Respire, verifique y cuente su historia.






